BRUSELAS

Como todas las encrucijadas Bruselas es tierra de paso, pero definirla así es quedarse en la superficie, perderse la esencia de una ciudad que se desenvuelve con la tranquila certeza de saber que su recuerdo será recreado con gusto.

La capital europea está protegida de la rutina por ser portadora de sueños. Descubrirla es descubrir un poco de nuestra historia y un mucho de nuestro futuro. Basta respirar una noche el aire de la Grand Place para entender que cualquier idea preconcebida nos desvía de la verdad. Bruselas nos envuelve en una filigrana arquitectónica inigualable que tan pronto nos ensalza como nos recuerda que aún hay mucho por hacer.

Con cada soplo de aire nos llegarán murmullos y risas de otras lenguas y en cada esquina disfrutaremos del placer de los detalles.

Déjese cautivar por el olor a pan recién hecho.

Caiga en la tentación de comerse un bombón mientras camina y encontrará que la vida,por un momento, tiene mucho más sentido.

Observe las fachadas de sus edificios, descubra cómo la historia ha dejado pistas para que los europeos entendamos un poco más del cotidiano devenir de nuestras costumbres, de las cosas que siempre nos hicieron disfrutar.

Relájese en cualquiera de sus envolventes restaurantes, piérdase por el concurrido laberinto del centro y desconecte del ajetreo urbano en sus parques. Persiga sus edificios art nouveau, y descubra cómo la capital de Europa se reinventa a sí misma. Disfrute de un aperitivo de champán y ostras en sus plazas o baile hasta el amanecer en las discotecas más vanguardistas de Europa. No mire el reloj y disfrute del mágico atardecer de la Grand Place. Mientras sus fachadas se llenan por última vez en el día de la caricia del sol los reflejos de sus vidrieras dan paso a la irresistible luz de las velas de sus cafés y restaurantes.

Bruselas cuenta con el secreto encanto de los que saben adaptarse a los cambios sin perder su esencia ni caer en estridencias, el encanto de los que saben hacer propio lo mejor de lo ajeno sin perder nunca la identidad.

Y es que todas las europas llegan a Bruselas y de todas aprende y a todas trata con deferencia y respeto, mezclando con maestría de artesano un carácter con otro, un sueño con el siguiente.

María Bayón


En el corazón de Bélgica, con un millón de habitantes, se halla la antigua ciudad de Bruselas, capital del país, pero tambien capital europea.

En un país de 30.000 kilómetros cuadrados, Belgica aglutina a más de 10 millones de habitantes, lo que da una densidad de población que se halla a la cabeza de Europa.

Justamente en medio de este territorio se halla la capital, Bruselas, en un terreno que en el medievo era pantanoso, por lo que recibió un nombre que en el lenguaje franco de entonces significaba “lugar en el marjal, o en el pantano”.

La ciudad tiene un aire peculiar. En sus calles confluyen gentes que hablan el francés y el flamenco (desde el XVIII primó la colectividad francófona) pero con una fuerte componente internacional, por el elevado número de funcionarios europeos que hablan todos los idiomas, especialmente el inglés.


El viejo centro urbano se aglutina en torno a la famosísima Grand Place, o Plaza Mayor, que –sin duda- es el lugar de mayor encanto de la ciudad. En torno a ella se encuentran magníficos lugares para gozar de la gastronomía y la amistad.

Muy cerca está la zona del parque de Bruselas y el Palacio Real, y algo más al exterior una serie de edificios de las instituciones europeas. La ciudad es capital administrativa de la Unión Europea desde 1958, los dias de la Comunidad Económica Europea.

Aunque el origen de Bruselas se remonta a finales del siglo VI, no es hasta mediados del XV cuando el desarrollo de la ciudad se consolida.

De esta época, precisamente, datan los edificios más antiguos. Junto a ellos destacan también los construidos a finales del siglo XIX, con Leopoldo II.
Un sino en su historia ha sido la pertenencia a diferentes países de manera sucesiva desde el comienzo de su existencia, lo que ha motivado el cruce de culturas que caracteriza a la ciudad.

Aunque inicia su desarrollo en el medievo, fue antes la sede de los celtas belgas, que sufrieron en su territorio el poderío del imperio romano de Julio César (año 57 a.C.).

El nombre de la ciudad está ligado al idioma flamenco y resulta de la unión de los términos “brock” (pantano) y “sali” (edificio), lógico para un lugar construido en una zona pantanosa a orillas del Senne.

Larga fue su historia hasta llegar en el XX a albergar los edificios administrativos más representativos de la Unión Europea.

El primer gran envite que recibe Bruselas procede de las huestes carolingias, que dominan estos territorios. Los duques de Borgoña son los continuadores que disfrutan de las excelencias belgas y que reúnen bajo una misma bandera la serie de territorios que tienen a su cargo y que denominan Países Bajos. Éstos ceden en el siglo XV ante el envite del imperio español.

Aprovechando la guerra de independencia contra España, los territorios del norte, se separan y forman la actual Holanda, antaño Países del Norte, en 1600.
España permanecerá en el territorio belga hasta 1714 cuando le toca el turno de dominación a Austria, que finaliza su ocupación en 1792 ante el empuje napoleónico.

Esta posesión terminará con el derrocamiento de la dominación francesa. Los últimos ocupantes del lugar serán los también vecinos holandeses que tendrán que marcharse de forma definitiva en 1830.

La independencia de Bélgica se produce en 1831, por lo tanto, hace poco mas de 170 años, cuando se transformó en una monarquía liberal y parlamentaria, la primera, por cierto, del continente europeo.

Esta monarquía hereditaria la inicia Leopoldo I, a quien le sucede su hijo, Leopoldo II, quien se erigió en el principal valedor de la mayoría de monumentos destacados que se conservan en la actualidad y que mandó construir el actual Parque del Cincuentenario, para conmemorar precisamente los 50 años de independencia (1881).

El siglo XX

A pesar de su independencia, Bélgica no se libró tampoco de las consecuencias de las guerras mundiales que asolaron Europa en el siglo XX y fue ocupada por las tropas alemanas en ambas contiendas: desde 1914 hasta 1918 y desde 1939 hasta 1945, bajo los reinados de Alberto I y Leopoldo III.

En 1950 es Balduino I quien asciende al trono y poco después el país se convertirá en la capital de la Europa occidental (1958), al acoger los centros administrativos de la UE.

También alberga este barrio de Bruselas el Parlamento de la nación y el flamenco y, sobre todo, el Palacio Real (terminado en 1865).

Este utlimo edificio destaca por sus espléndidas salas, que sólo se encuentran abiertas a los visitantes unos meses al año y que son recuerdo de una época en la que Bélgica llegó a ser la cuarta potencia comercial del mundo.

Tanto los parlamentos como el palacio se hallan divididos por el parque Warande, de proporciones exactas.

Restaría por visitar el lado artístico que está representado por los dos museos de reales de Bellas Artes. Por un lado, el de arte antiguo (pintores flamencos, Peter Paul Rubens o Anthony Van Dyck), y por otro el de arte moderno (Delvaux o Magritte).

Y quizá para finalizar esta visita parcial, no hay que olvidarse del Palacio de Justicia aunque sólo sea por haber sido en su día la mayor construcción civil de Europa.

Si lo que se quiere visitar es el lugar donde se encuentra enterrado otro excelente pintor, Pieter Breughel, éste se halla en la iglesia Kapellekerk, también en el Barrio Real. 

El Atomium de Bruselas, por su parte, puede considerarse junto con el Palacio de Justicia, la excentricidad belga.

Con sus 9 átomos aumentados nada menos que 150 billones de veces, sus 102 metros de altura y sus 2.400 toneladas de peso.

Construido con motivo de la Exposición Universal de 1958, fueron necesarios 15.000 trabajadores durante tres años para finalizar el monumento.

Se encuentra a las afueras de la ciudad, en el barrio de Heizel, dentro del Bruparck, y junto al estadio de fútbol y al parque Mini-Europe, que alberga representaciones en miniatura, en proporción de 25/1, de los símbolos más característicos del continente.

La entrada al Atomium no es barata pero siempre merece la pena adentrarse en este monumento, subir (en ascensor) hasta el átomo más elevado y disfrutar de unas magníficas vistas de la ciudad.

La comodidad es total ya que el descenso se efectúa mediante escaleras mecánicas y, a menudo, algunos de los átomos se convierten en salas de exposición.



Una opción para visitar Bruselas es hacerlo a pie, el punto de partida podría ser la imponente Grand Place, con sus edificios gremiales y el Ayuntamiento. Paseando por las calles más turísticas llegarás a la legendaria estatuilla del Manneken Pis, el niño que hace pipí. Los camareros de la mítica Rue des Bouchers te intentarán atrapar para cenar en una de sus terrazas, para degustar su plato más típico los mejillones con patatas fritas, pero podrás relajarte del bullicio en las Galerías de St Hubert, las primeras galerías comerciales cubiertas de Europa, o en el interior de la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, famosa por sus vidrieras.

Siguiendo con una ruta a pie, puedes encaminarte hacia la Zona Alta pasando por el Sablon, un delicioso barrio conocido por sus mercados y tiendas de antigüedades, sus chocolaterías y callejuelas. Muy cerca se encuentra el Mont des Arts, con los Museos de Arte Antiguo y Moderno, la Biblioteca y el Palacio Real. No pierdas de vista el Museo de Instrumentos Musicales. Se trata de los antiguos almacenes Old England, construidos en hierro y cristal en estilo Art Nouveau. Vale la pena la vista desde el restaurante situado en la cúpula. Aunque la mejor vista panorámica se aprecia desde el mirador del Palacio de Justicia. Para volver a la Zona Baja, toma el ascensor de la calle. Te llevará hasta les Marolles, el barrio más tradicional de la ciudad, donde se celebran los famosos "marché de puces" o rastrillos.


Si tienes tiempo, aprovecha para llegar hasta los barrios de Ixelles o Saint Gillis. En ellos encontrarás numerosos edificios Art Nouveau y Art Déco, movimientos artísticos que tuvieron gran impacto en Bruselas gracias a su principal representante, Víctor Horta.


Otra manera divertida de recorrer el centro es siguiendo las fachadas pintadas con temas de cómic relacionados con la ciudad –hay más de 30- y finalizar en el Centro Belga del Cómic, otro buen ejemplo de arquitectura Art Nouveau. ¡No olvides que Bruselas es la capital de este arte!


En las afueras de la ciudad podrás pasear por el recinto de Bruparck, donde se encuentra el Atomium o por los parques y bosques que rodean la ciudad.

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